Clasificar o etiquetar: implicaciones en la sociedad

 Todo empieza con una frase de Ian Hacking "nos interesan especialmente las clasificaciones que, cuando son conocidas por las personas o por quienes están a su alrededor y usadas en instituciones, cambian las formas en que los individuos tienen experiencia de sí mismos; pueden llevar a que los sentimientos y conductas de las personas evolucionen, en parte, por ser clasificadas así"1. Y en mí saltan todas las alarmas (resortes innatos, supongo).

En nuestro mundo occidental tendemos a sistematizarlo todo, todo está clasificado. Fenómenos, objetos, animales y personas son analizados, deconstruidos y reducidos a conceptos generales. La clasificación de entidades con las que el ser humano es incapaz de comunicarse no genera interacción alguna, son clasificaciones indiferentes, tanto por el objeto clasificado como por el clasificador. Pero pueden surgir respuestas inesperadas cuando los objetivos de las clasificaciones son personas. 

Todas las clasificaciones de personas generan respuestas, son clasificaciones interactivas. Algunos grupos étnicos o sociales (a veces determinados arbitrariamente) terminan convirtiéndose en blanco de prejuicios, e incluso personas que son consideradas ordinarias o normales reciben diferentes etiquetas. A él le interesa esta clasificación por ser un género interactivo. A mí me preocupa por el mismo hecho (no tanto por las interacciones de lo clasificado, sino del entorno). Y más hablando del término "déficit de atención e hiperactividad" que se va acercando cada vez más a ser englobado en otra categoría superior llamada "trastorno del espectro autista (TEA)". Clasificación que, cada vez tengo más dudas de si se trata de una natural o de un convencionalismo o ambas conviven en el mismo saco.

En la sociedad actual donde los niños y niñas, adolescentes y jóvenes viven rodeados de información que dura menos de 10 minutos (instagram, tiktok, vídeos tutoriales sobre millones de aspectos de su interés...) pretender que mantengan una atención continua durante los 50 minutos que como mínimo dura una clase lectiva, me parece una tarea maratoniana, salvo que sean personas tremendamente disciplinados o el docente tenga una gran capacidad creativa (o la sensibilidad suficiente) para mantenerlos "enganchados". Y así, niños y niñas, que luego serán adolescentes, van siendo derivados a consultas de neuropediatría o de genética para intentar localizar ese error biológico que explique por qué no están atentos o atentas en clase, por qué se despistan con facilidad... Evidentemente, éste no es el caso de todas las personas que acaban clasificadas dentro de esa etiqueta, pero la palabra "espectro" permite una gran cabida en esa caja negra de la que luego es muy difícil salir. Porque hasta los propios adolescentes son capaces de repetir en una consulta "es que como tengo TEA, me cuesta mucho concentrarme".

Pero, como contrapunto, esa posibilidad de interacción permite que "lo que se sabía de unas personas de una clase puede convertise en falso porque las personas de esa clase hayan cambiado lo que creen de sí mismas en virtud de cómo hayan sido clasificadas o debido a cómo han sido tratadas por haber sido clasificada así"1. Es decir, aún es posible que lo que la clasificación define cambie o evolucione con el tiempo2,3. Las agrupaciones de pacientes, los grupos de familias van consiguiendo visibilizar y normalizar la situación, lo que también va permitiendo que, a la vista de los cambios sociales, se construyan nuevas definiciones sobre la misma etiqueta.

A pesar de esta posibilidad, creo que debemos ser muy cuidadosos a la hora de establecer etiquetas clasificando, más en el ámbito de la salud. A veces es importante tener presente la sutil diferencia entre "tener una enfermedad" y "ser un enfermo". Es una idea que interpreto similar a la propuesta de biobucle de Hacking1: la modificación del comportamiento de un individuo causada por una clasificación puede presentar una retroalimentación positiva (el hecho de que el individuo sepa que pertenece a una determinada clase refuerza los atributos que caracterizar a esta clase) o una retroalimentación negativa (los individuos se resisten al conocimiento que está vinculado a la clasificación). Hacking llamó a estos efectos retroalimentación positiva y negativa, no en el sentido de calificar la acción como positiva o negativa, pero para decir que la retroalimentación positiva amplifica los efectos de la clasificación, mientras que la retroalimentación negativa suprime los efectos.

Yo prefiero pensar que si lo que recibimos es un refuerzo positivo superior a las dificultades a las que de por sí nos enfrentamos, probablemente salgamos adelante menos mermados que si lo que recibimos del entorno es un refuerzo negativo. 

Referencias
1Hacking, Ian (1999) ¿La construcción social de qué?, Barcelona: Paidós Ibérica, 2001 [Capítulo 4: “Locura: ¿biológica o construída?”]
2Rivière A (1997) Desarrollo normal y autismo (1/2): Definición, etiología, educación, familia, papel psicopedagógico en el autismo. Universidad Autónoma de Madrid. [Link]
3Brzozowski FS, Brzozowski JA, Caponi S. (2010) Clasificaciones interactivas: el caso del Trastorno de Déficit de Atención con Hiper-actividad infantil. Interface (Botucatu) vol.14, n.35, pp.891-904. http://dx.doi.org/10.1590/S1414-32832010005000027.

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